Nos situamos: final, final del año 2017. Concretamente la mañana del día 31 de diciembre de ese año. Como no podía ser de otra forma, empezamos la jornada metidos en la absurneta. El día anterior despedimos en Navia (Asturias) el Demasiado al este es el oeste y tras dormir en Ribadeo, (¿? cosas nuestras… si podemos irnos aún más lejos a dormir, para qué nos vamos a quedar en Navia si está sólo a 550 km de Madrid) nos levantamos prontito para volver cuanto antes y prepararnos para las doce uvas. Un buen año merecía un buen final y, por supuesto, una absurda felicitación del año nuevo a nuestra altura. A los absurdos en ruta (Víctor, Patricia, Jorge y Alfonso) nos acompañaba Angie, a la que presuponíamos más y mejor criterio que nosotros… Y, según ella, entre sus atributos más destacados estaba una caligrafía a la altura de los dioses. Pero vayamos por el principio.
El día se levantó un tanto revuelto, bastante revuelto diría yO. Qué diablos, se levantó revuelto de narices. Viento huracanado y lluvia como para maldecir durante dos meses seguidos. Aún así, somos los absurdos, y nada impediría nuestras metas: llegar a las uvas y pensar en una felicitación de las güenas. Por delante ‘sólo’ había unas seis horas de viaje, tiempo suficiente para pensar. Pasamos las primeras dificultades bordeando el mar, nos adentramos en la Asturias profunda y a la altura de Mieres alguien dijo: ¡lo tengo! La idea es quemar un papel flash en el que ponga Feliz 2018 (creatividad pura y dura, lo que se dice una locura). Y como es flash -continúa emocionado el absurdo de la idea genial- va a desaparecer mágicamente, como si desapareciera el año. No lo veo -dice otro-. A ver, que el concepto mola, pero no me parece lo mejor hacer desaparecer el año que estamos felicitando. Asentimiento general a la moción de censura. Pues ya está -grita el más avispado- lo grabamos hacia atrás y así lo que hacemos es que aparezca mágicamente el año que vamos a felicitar. Aplausos generalizados -incluso los absurdos que no habían entendido aún la idea-. Idea aprobada, faltan sólo los detalles: gorritos de animales (¿? no comments) y un escenario idílico (es decir, la primera gasolinera que pillamos, vientos de 70K/h y lluvia). Alguien dijo: ‘Tenemos sólo una toma’ (un papel flash)
Y he aquí que aparece en escena de nuevo Angie, la de letra exquisita. El prodigio de la caligrafía, el elixir de las letras… la muchacha que llevaba un rotulador de los gordos en el bolso (¿?) y una fiebre de caballo en la frente. ¡Yo lo escribo! -dijo-. Entramos a la cafetería de la estación de servicio. Apenas cinco clientes para cuatro camareros. Pedimos los cafés y nos retiramos a una mesa. Nueva, la mesa era nueva, impoluta, cuadrada, rectilínea, preciosa (bueno, era fea, pero con la hermosura de las cosas nuevas). Angie saca el rotulador (dentro de la cafetería parecía aún más gorda la punta). Empieza a regalarnos su asombrosa grafía, sus armónicos trazos, su esbelta pluma. Cuando está a punto de terminar el FELI.. su mano se paraliza, sus ojos se desorbitan, su fiebre aumenta. Qué pasa Angie -le preguntamos-, ¿necesitas descansar? Su cara es pánico en estado puro y en un movimiento sutil pero tremendamente rápido y acertado levanta el papel flash. Entonces todos vemos horrorizados como la impoluta mesa recién estrenada tiene impreso el FELI… con todo su trazo grueso. ¡Tranquilos, que se borra! -dijo Angie en un alarde de predicción nunca visto-. Un litro de saliva después, dos rollos de papel higiénico y varios paseos al baño en busca de agua, la mesa seguía luciendo el FELI… en todo su esplendor. Solo nos quedaba planear la huida, el sigilo, la escaramuza… Salir de allí corriendo. Tumbados prácticamente sobre la mesa en una especie de absurdo cónclave para tapar el desaguisado y trazar un plan de fuga, de repente apareció, como caída del cielo, una mano entre nuestras cabezas portando un bote de alcohol y una balleta. Levantamos la mirada al unísono, como un solo cuerpo, como un solo absurdo. Usad esto, anda -dijo la voz grave del camarero-. Entonces el absurdo listo volvió a abrir la boca: ¿nos has visto? Y el camarero, sin saber muy bien si reír, llorar, enfadarse o invitarnos al café dijo: ‘Yo, mis compañeros y los cinco clientes que están retorciéndose de la risa y que siguen aquí aunque hayan terminado el café hace diez minutos solo por veros. Ala, a frotar y cuando terminéis de limpiarlo me devolvéis el alcohol y la balleta’
Diez minutos después, salíamos del bar, Angie, la de los garabatos prodigiosos, terminó su …Z 2018 apoyada en el único trozo de suelo aún no encharcado por la pertinaz lluvia. Nos pusimos los gorros de animales (¿?) e hicimos el vídeo en una sola toma. Entramos mojados a la absurneta. Seis horas después entrábamos en Madrid con el absurdo placer del deber bien hecho.