¡Comenzamos una nueva semana, absurd@!

Y la verdad es que mejor que en casa parece que no se va a estar en ningún sitio, porque hace un frío que pela. Así que habrá que pensar que el Universo nos ha hecho un regalo para no tener que buscar excusas baratas para marcarnos un peli-sofá-manta. Ya sabéis, quien no se consuela es porque no quiere.

Pero entre peli y manta, se nos ha ocurrido que también podíais echarle un vistazo a este blog absurdo y asomaros a la nueva sección que estrenamos para conmemorar los diez años absurdos: nuestro ¡Anecdotario absurdo!

Podríamos comenzar de cualquier forma, pero va a comenzar así…

Dícese que en un verano cualquiera en un lugar cualquiera de una provincia cualquiera fuimos a representar una de nuestras obras. ¿Que cuál? pues… da igual, cualquiera.

La cosa es que llegamos muy tempranito. Lo que se dice con la fresca (vamos, en torno a las doce, doce y cuarto del mediodía. Un madrugón en toda regla) y la absurneta llena. El lugar en cuestión no era grande. Era… digamos que mediano. Más bien pequeño. Sí, pequeño. Bastante pequeño. Era un pueblo muy pequeño, un pueblito. Uno de esos pueblecillos exiguos que constan básicamente de una calle en la que se encuentra todo lo que ha de encontrarse: ayuntamiento, panadería, bar, supermercado, iglesia, escuela y consulta sin niños ni médico -por supuesto- y teatro. Todo de a uno, sin estridencias ni ostentosidades. Un pueblico recio, como Dios manda.

Antes de llegar, como es preceptivo, llamamos al programador para quedar con él. Nos dijo que fuéramos directamente al teatro. Que estaba enredado con no sé qué de unas flores, pero que vivía al lado, así que en seguida cogía el coche ¿? y se acercaba a abrirnos. Que, no obstante, lo encontraríamos rápido porque no había pérdida. Y supusimos que así era. Según entramos en el pueblo (en la calle) fuimos viendo a través de las ventanillas la iglesia -tachamos-, la panadería -tachamos-, el bar -tachamos-, el ayuntamiento -tachamos-, incluso el supermercado -tachamos-, que aún estaba cerrado. Las ruinas de la escuela y el consultorio médico también las tachamos. Pero, un momento, ni rastro del teatro. No puede ser, que nos pasamos de largooooo. Y nos pasamos, muy de largo, vamos, que nos salimos del pueblo.

Marcha patrás y a comenzar el recuento: Ayuntamiento, síle; panadería, sile; escuela, sile, bar, sile; iglesia, sile; y teatro… nole. Nada, que no había teatro, no había forma de encontrarlo. Otra vez fuera del pueblo por el otro lado y a empezar de nuevo.

Cuatro idas y vueltas -calle parriba, calle pabajo- después, alguien en la furgo dijo: a ver, yo teatro, teatro no he visto, pero al entrar hay un edificio que lo mismo… Que lo mismo qué, preguntamos. Que lo mismo es el teatro. Por qué, preguntamos. Bueno, pues es así con forma de teatro, con puertas así, como de teatro, con nuestro cartel pegado… Pues no hay duda, dijimos: tiene que ser el teatro. Ya, la cosa es que… La cosa es que qué, preguntamos. Pues que no pone teatro en ningún sitio. Bueno, coño, eso es lo de menos, a veces no lo pone, dijimos. Ya, pero es que pone otra cosa. Qué cosa, preguntamos. Pues… Pues qué, inquirimos. Que pone ¡Tanatorio! ¿perdón? dijimos al unísono. Como lo oís: Tanatorio.

Y paramos. Frente al tanatorio. Y nos asomamos. Y allí estaba el programador esperándonos. Con una gran sonrisa -y una corona de flores en la mano- nos dio una cálida bienvenida. Y nosotros, claro está, nos quedamos muertos. Como era de esperar.

No os asustéis, el tanatorio está en la parte de atrás, pero si poníamos allí el cartel la gente no lo veía, que en este pueblo la gente es más de pasear por la arteria principal, nos dijo el programador al ver nuestra palidez. Claro, claro, nos hacemos cargo, le dijimos. Entonces qué, ¿descargáis o vais a hacer la obra en la furgoneta?, nos preguntó .dejando claro que el humor corría por sus venas-. Claro, claro, dijimos. Esto… por dónde se descarga, preguntamos. Y con la mayor normalidad del mundo nos respondió: eso sí que me temo que va a tener que ser atravesando el tanatorio, pero tranquilos que no vais a encontraros a nadie, que hoy en el tanatorio está todo muy muerto -ratificando su excepcional humor y jocosidad. Por cierto, ya que entráis por allí, ¿me podéis dejar la corona en la sala, que así me ahorro un viaje? Y con las mismas comenzamos la descarga.